Respiró profundo y reunió
energías. No podía sentir los brazos, mucho menos las piernas, todo su cuerpo
estaba entumecido por el dolor, por la caída. Un montón de rocas se habían
encargado de destrozar su piel y agujerear su orgullo. Después de todo había
sido eso lo que lo dejó en aquella situación, su orgullo y la incapacidad de
pensar antes de hablar, esa bendita facultad de su boca de expresar cada uno de
sus ingenuos y testarudos pensamientos.
Hacía rato que sus hermanos
habían sufrido lo mismo que él, asaltados por sus más oscuros deseos, aquellos
que no eran inherentes a su naturaleza; habían desafiado a aquel que jamás debe
ser cuestionado. Aquel cuya ira nadie quiere sufrir, que incluso las pequeñas y
ordinarias criaturas saben que deben temer y respetar. Pero no es así cuando
eres de los seres más cercanos a él, no. Te llegas a sentir poderoso, como si
tuvieras el mismo derecho que su majestad a ejercer soberanía frente a la creación.
Siempre podrías obtener poder y más poder, solo tendrías que ser cuidadoso para
no ser descubierto. O eso te hacen pensar, él siempre lo sabe todo.
Con esfuerzo logró sentarse y
comenzó a limpiar sus heridas. Jamás había imaginado el sentido del dolor, y no
sólo con respecto a su propósito, sino a la sensación en sí. Era algo verdaderamente insoportable, su cuerpo
no parecía haber sido hecho para aguantarlo, para estar en la tierra. Al
contrario, había sido diseñado para cumplir simples funciones allá arriba.
Ahora estaba reducido a un común mortal, y aún peor, estaba condenado a
recordar que alguna vez fue más que eso.
Dobló su brazo para intentar
alcanzar su espalda, pero lo único que encontró al recorrerla fueron dos
muñones un poco más abajo de los omóplatos, dos protuberancias que al tocar
hacían que su sangre hirviera ¡Maldito Dios! No bastaba con lanzarlo al
mismísimo infierno, tenía que hacerle sentir el dolor físico y el que trae el
orgullo destrozado ¿Cómo vivir entre criaturas inferiores? ¿Cómo asumir que
nunca más recuperarás la grandeza?
Era su culpa y lo sabía, pero el
saberlo no le evitaba maldecirlo a Él, su destino, su suerte. Su racionalidad
había sido reemplazada por algo más fuerte, como si ese hubiese sido el precio
a pagar por sus ansias de poder. Lo peor era que aún las sentía, quería dominar
a los pueblos, obligarlos a pelear entre sí y divertirse viendo cómo se mataban
esas estúpidas criaturas. Quería que los demás ángeles le sirvieran, se
arrodillaran ante su presencia y lo deleitaran con su música. A pesar de nunca
haberlo sentido, buscaba el placer de la forma más banal posible.
Las heridas comenzaron a sanarse,
aunque en su estómago se mantenía el vértigo y el miedo de su descenso. Poco a
poco parecía recomponerse y ponerse de pie ya no le resultaba tan difícil,
sabía que los restos de sus alas le seguirían doliendo, solo le quedaba
acostumbrarse. Se visualizó desnudo ante aquel arenoso terreno y por primera
vez en su existencia se sintió diminuto, sobre su cuerpo pesaba el poderío del
creador y su sumisión ante él parecía inevitable. Volvió a respirar ¡Qué
doloroso e incómodo era todo aquello!
-
¿Necesitas ayuda Gamaliel?
-
Kerael, Tú… ¿Tú también?
-
No te sorprendas, encontrarás muchos de tus
hermanos esparcidos por esta tierra. No es fácil evitar que la tentación crezca
dentro tuyo y, por mucho que te inciten, eres el único responsable de tus
actos.
-
¿Cómo has sobrevivido? Esto parece ser horrible
-
Lo es. No queda otra opción, algunos soñamos con
encontrar la redención. Otros muchos han ido en busca de lo que les basta a los
humanos, creen que podrán vivir como ellos y olvidar su naturaleza. Yo me quedo
aquí, vigilando por si algún hermano sufre la misma suerte, mi misión es
enviarlos al refugio hasta que sanen sus heridas.
-
Ya veo…pero, ¿Crees que sea posible olvidar lo que alguna vez fuimos?
-
No puedo asegurar nada, pero aquí cada uno se
aferra a su verdad e intenta valerse por sus medios. Después de todo has
conseguido lo que querías, libre albedrío.
-
Claro…Libre albedrío.
Libertad ¿Era eso lo que
realmente había buscado? Quizás nunca había querido esas cosas superficiales a
las que se aferran los humanos. Tal vez no estaba buscando la adoración de sus
pares ni el entretenimiento vacío a costa de las muertes de inocentes. No, lo
que realmente quería era la posibilidad de tener aquellos pensamientos impuros
sin ser castigado. Quería poder equivocarse e intentar remediarlo, quería ser
avaro y luego generoso, pedante y luego humilde. Pero tuvo que sufrir para
cumplir sus añoranzas…Si el escarmiento cumplía su deseo ¿Era entonces
realmente una condena? Después de todo Él no era un tirano, ni con los mortales
ni con los celestiales.